Las siento.
Me inundan.
Chillan, se quejan y me
hacen daño.
Están ahí, agazapadas, en algún
lugar recóndito, escondidas, esperando su momento.
Enciendo otro cigarro, le
doy una calada y cierro los ojos.
Intento buscarlas, las
llamo, las suplico, ... Pero se esconden, no confían en mi y no quieren ser liberadas.
Son burlonas y se mofan , me confunden…duele.
Siento como golpean las
venas percibiendo la quemazón que provocan en la carne y me araño, pensando que
así se abrirán camino al exterior, pero solo consigo que la angustia crezca.
Insisten en presionarme el
pecho, creo que me voy a desmayar, y
necesito gritar pero no me dejan (-¡dejadme gritar!-). Me falta el aire. Ahogan,
estrangulan… no permiten que la agonía ceda.
Disfrutan (sonrisas
socarronas) atormentándome con recuerdos: el suave cosquilleo en las yemas de
mis dedos, la música de las teclas golpeadas, el olor a papel, las curvas de
sus formas, el refugio que antes me daban…
Un día tras otro el mismo desazón,
no me perdonan y se vengan.
Soy su títere, su herramienta,
sé que ellas son las que decidirán el cuándo,
cómo y dónde me darán tregua.
No me queda más opción que
seguir buscándolas, aguardando que vuelvan a acariciarme las manos abriéndose
camino como un hormigueo hasta mis dedos.
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